Como dice su nombre, la transición energética es el proceso en que se pasa de generar energía a partir de combustibles fósiles -como el carbón y el diésel- a hacerlo a partir de energías renovables, como el viento, el sol, el agua, o el biogás, tanto para calefaccionarnos, impulsar vehículos o para iluminarnos y hacer funcionar nuestros electrodomésticos y motores.
Esta transición es una forma de avanzar en los compromisos firmados en la COP21, en 2015, en donde los países -Chile incluido- participantes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático alcanzaron el histórico acuerdo de acelerar e intensificar las acciones e inversiones necesarias para un futuro sostenible con bajas emisiones de carbono. En el país los distintos gobiernos han impulsado las modificaciones necesarias, con metas al 2030 y al 2050, para convertirlo en uno de los pioneros en energías renovables, aprovechando sus ventajas naturales, como la alta luminosidad del norte, o los vientos del centro norte y sur. A ellas se suma ahora el hidrógeno verde como una opción atractiva.
Pero el mundo no solo busca formas de generar más amigables, sino avanzar en un sistema de economía circular, en donde la generación de desechos sea la menor posible. Aquí es donde el biogás aparece como una opción sustentable: es el producto natural del proceso de descomposición de materia orgánica de todo tipo, desde los residuos de las industrias ganaderas, avícolas, los restos de las podas, cosechas, o de los jardines municipales. A través de procesos anaeróbicos en inmensos biodigestores esos desechos se convierten en gas que luego activa turbinas que producen energía eléctrica y que en países como Alemania calefaccionan e iluminan ciudades y sistemas productivos. Así, los desechos se convierten en una materia prima energética de alta calidad y se disminuye el impacto ambiental humano y productivo, por basura y menor contaminación de suelos y napas de aguas.
El uso del biogás se ha vuelto una opción tan atractiva que grandes multinacionales, como General Electric y Caterpillar, ya han comenzado a poner sus esfuerzos en los desarrollos tecnológicos para habilitar y masificar estas tecnologías. Son ellas quienes van a la vanguardia en la fabricación de motores a biogás, impulsando así la reinvención de toda la industria que los rodea, incluyendo el desarrollo de nuevos lubricantes que puedan resistir óptimamente este nuevo combustible, que, dependiendo de su procedencia, presenta impurezas que tienen potencial de formar cenizas y ácidos al interior del sistema de combustión.
Y esto último no es un dato menor. A menor calidad del lubricante más riesgos para el motor y, de nuevo, aumento de la contaminación. Por ello la importancia de que sean específicos y de que tengan como respaldo un desarrollo suficiente para que puedan así ayudar a resolver los problemas asociados, como la oxidación, ácidos y sólidos que son generados a partir de los gases no naturales.
Precisamente ese ha sido el objetivo de lo que realiza Q8Oils, multinacional dedicada a la fabricación, investigación y desarrollo de lubricantes de alta gama; junto a Innio Jenbacher, fabricante de motores a gas, perteneciente a General Electric: desarrollar, en conjunto, durante los últimos 22 años, el aceite ideal para motores a combustión de biogás, permitiendo mejoras sustanciales en rendimiento y sustentabilidad.